Corazón Salto

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sábado, 28 de febrero de 2015

¿Empresarios o Burócratas?

Publicado en Notiminuto

¿Empresarios o Burócratas?

Hace unos cuantos años, un amigo de origen extranjero describía el mundo de la empresa privada venezolana como un caso excepcional y tal vez único en el mundo, en el cual se podían ver cristalizados, al mismo tiempo, los peores defectos del neoliberalismo salvaje y los del burocratismo soviético.
Para ilustrar esta sorprendente afirmación, tomaba el ejemplo de una famosa panadería del este de Caracas donde había que, para obtener un cachito y un café, sucesivamente tomar un número y esperar, dictar una orden a un trabajador que llenaba una planilla, tomar esta planilla y dirigirse a la caja, esperar de nuevo, pagar, recibir un ticket que otro trabajador pegaba con cinta adhesiva a la planilla, presentarse en un área de despacho, esperar por tercera vez y, finalmente, recibir la orden no sin antes hacerse sellar el ticket por un último trabajador como prueba administrativa de la entrega. Según el relato algo exagerado de mi amigo, en su país ni para tramitar una herencia o un divorcio había que enfrentarse a tanta burocracia…

Esta imagen de ese reflejo burocrático que habita en buena parte del sector privado venezolano me ha venido a la mente en estos últimos meses, en los que el tema de las dificultades económicas que atraviesa nuestro país ha estado en boca de muchos, y en especial de quienes ocupan los cargos oficiales de representación del empresariado. No ha pasado un solo día sin que los presidentes de Fedecámaras, Consecomercio o Conindustria hagan una evaluación calamitosa del estado de nuestra economía, insistiendo hasta la saciedad en que el origen de nuestros males, y al mismo tiempo la solución milagrosa a los mismos, radica en el tema de la “asignación” de las divisas.
Y no soy yo quien va a negar las dificultades económicas por las cuales atravesamos. Suficientemente he expresado mi opinión personal acerca de lo que pienso debería ser nuestra estrategia económica, y jamás desaprovecho una oportunidad para promover dentro del chavismo una discusión más profunda sobre estos temas. Suficientes hectolitros de tinta también se han derramado para especular acerca de si debe haber o no una unificación cambiaria, de cuál debe ser el precio de equilibrio del dólar, e tutti quanti. Así que no voy a llover sobre mojado.

Pero a propósito de especulación, hoy me interesa abordar esa asunción cuasi generalizada de que en la economía venezolana existe un deber poco menos que constitucional del Estado de proveerle divisas a todo el mundo, y a los empresarios en particular. Y ni siquiera solamente proveer, sino además, en el lenguaje del empresariado oficial, “asignar”, como se le asigna el presupuesto a un ministerio, o la mesada para dinero de bolsillo a un menor de edad… Si creemos en la sinceridad de Jorge Roig –hagamos un ejercicio extremo de ficción pedagógica-, con que el Estado le “asignara” divisas suficientes y a tiempo, él convertiría a Venezuela entera en la suma de la Silicon Valley, el Valle del Rin y la costa este de China. El problema por supuesto radica –aquí es donde la ficción alcanza sus límites- que ni Jorge Roig, cuyos méritos como empresario son un enigma para Venezuela entera, ni ninguno de sus antecesores, jamás hizo nada medianamente parecido. Los defensores autoproclamados de la libre empresa, críticos del intervencionismo estatal que el chavismo habría llevado a su máxima expresión, se han contentado desde siempre, palabras más palabras menos, con buscar el camino más directo y expedito para apropiarse de la renta petrolera, es decir las famosas divisas que el Estado debe religiosamente proveer, y ahora más, “asignar”. Postulado que raya, por decir lo menos, en la esquizofrenia agravada, ya que todavía le falta a Fedecamaras explicar cómo diablos puede el Estado no intervenir y al mismo tiempo asignarle sus divisas, a menos que lo de no intervenir quiera decir que pretenden que los dejen “asignarse” las divisas ellos mismos, en cuyo caso no serían ellos los esquizofrénicos, sino nosotros los débiles mentales.

Se me refutará que la culpa primigenia del tema de la “asignación” es del Estado, entiéndase del chavismo, por haber instaurado un mecanismo de control de cambio, y accederé a que en eso tienen un punto. Pero la realidad es que, si de producir se trata, a muy pocos de esos burócratas del empresariado les haría falta que les “asignaran” unos cuantos dólares. En primer lugar porque los activos líquidos del sector privado venezolano en el exterior se miden, como es ampliamente sabido, en cientos de millardos de dólares. Muchos de esos burócratas privados son millonarios en dólares, y en consecuencia poseen las divisas suficientes para cubrir sus compromisos en el exterior. Si para algo sirve el SIMADI (tal vez para lo único), es para inyectar de manera extremadamente ventajosa dinero en la economía venezolana. Aprovechando que están sentados esperando que el Estado les asigne sus dólares, le podríamos informar a los burócratas del empresariado que, a tasa de SIMADI, los costos de producción en Venezuela pueden ser competitivos con países del sureste asiático. ¿Cuánto cuesta en dólares SIMADI un litro de gasolina, un kilovatio hora de energía eléctrica, un metro cúbico de agua potable, una unidad tributaria, un (improbable) sueldo mensual de 100.000 BsF? ¿Se habrán enterado los burócratas que en Venezuela la suma de los impuestos y contribuciones sociales no supera el 15% del PIB, es decir menos de la mitad que lo que en los Estados Unidos? ¿Que nuestro Impuesto Sobre la Renta es sumamente bajo y que la fiscalidad sobre el patrimonio es prácticamente inexistente? Todo eso configura, incluso considerando la larga lista de problemas que enfrenta nuestro país, un escenario bastante favorable a quien tenga la intención genuina de emprender, independientemente que la iniciativa se sitúe en la economía pública, mixta, comunal o privada. Los números son los mismos. Además, la economía de la Red permite hoy exportar servicios, conocimiento y mucho valor inmaterial que no necesita pasar por un puerto ni por un peaje. Pero claro, dije producir, exportar, palabras que no forman parte del léxico de la burocracia empresarial que de lo que sabe es de importar y especular.

Por eso cuando lean en las encuestas de opinión que los venezolanos valoramos positivamente la iniciativa privada, los burócratas del empresariado no deberían emocionarse, porque no es en ellos en quienes estamos pensando. Millones de venezolanos se sienten en capacidad de emprender un proyecto económico propio que, por qué no, en muchos casos podría encontrar en la economía comunal su mejor espacio de realización. Al fin y al cabo, una iniciativa económica comunal no deja de ser en parte la iniciativa privada de una Comuna. Es a esos millones de venezolanos que el Estado debe “asignarse” la tarea de incrementar exponencialmente sus incentivos y su acompañamiento, incluso “asignándoles” algunas divisas, porque esos sí que no tienen cuenta en el HSBC.
En cuanto a los burócratas del empresariado, la divisa del Estado bien podría ser “asignarles” la insigne tarea de quedarse así como están, detrás de sus escritorios, esperando sentados.


domingo, 22 de febrero de 2015

Confieso que tengo un sueño

Mi artículo de opinión semanal publicado todos los sábados en Notiminuto

Confieso que tengo un sueño

Confieso que tengo un sueño. Confieso también que nunca pensé que algún día me conformaría con un sueño tan primario. Confieso que sueño con el día en que mis peores adversarios políticos acepten que yo, y millones como yo, existimos y tenemos derecho a gobernar nuestro país.
Y la verdad no lo sueño por mi en lo personal, sino por Venezuela, porque creo sinceramente que es la única vía para que nuestra democracia de un salto cualitativo que nos permita alcanzar niveles superiores de organización y bienestar.
Y confieso también que es un sueño relativamente nuevo. Porque desde que tuve uso de razón política, soñé únicamente con transformar la sociedad, con cambiarlo todo y construir una utopía. Aspiré a participar en la conformación de una sociedad ideal, despojada de la injusticia y la desigualdad que son la marca de su imperfección.
Y no es que haya renunciado a este sueño inicial, pero al haber participado en política, lidiado con la cotidianidad terrena de los problemas humanos, aterrizado desde mis sueños en la realidad de la pugna por el poder, con sus pequeñeces y sus absurdos, revisé a la baja mis aspiraciones.
Las inmediatas quiero decir. Aunque no dejo de soñar con que una sociedad utópica vea la luz algún día, no tengo esa aspiración en vida. Porque me di cuenta que al fin y al cabo mis ideales no coinciden necesariamente con los de los demás, y que obviamente para ver realizados los míos tendría primero que convencer a los demás, a todos los demás, de renunciar a los suyos. Peor aún, me di cuenta que mis ideales constituían la peor pesadilla de algunos de mis compatriotas, y pude constatar que los ideales de algunos de ellos eran, a su vez, mi pesadilla.
Entonces, acepté dos cosas: primero, que tendría que vivir toda mi vida con esa gente cuyos ideales detesto, resignándome a considerarlos mis adversarios; y luego, que tendría que ser mucho mejor y más talentoso que ellos, so pena de verme obligado a vivir gobernado por ellos…
En suma, aprendí a ser un demócrata. Aprendí a entender que en Venezuela hay, además de mucha gente revolucionaria, bolivariana y chavista como yo, un montón de gente conservadora, retrógrada y tradicionalista. Que por más que yo milite por impulsar los ideales de la izquierda, habrá gente que, hasta sin saberlo, siempre será de derecha y se opondrá con todas sus fuerzas a todo lo que yo proponga o intente hacer. Eso, ya yo lo acepté y lo incorporé en mi visión política del país.
Aprendí a aceptar incluso que en Venezuela hay unos López, Ledezmas y Machados. Gente que no se contenta con detestar mis ideales, sino que se los pasa por el forro de la entrepierna y hace simplemente como si ni yo ni mis ideales existiéramos. Gente que me desprecia y considera que yo soy una anomalía, y que no descansará hasta acabar conmigo y con mis camaradas. Gente que cree que el poder le pertenece, y que yo soy, junto con los míos, simplemente un accidente de la historia, un descuido que debe ser remediado cuanto antes, un capítulo de los anales de la política cuyas páginas hay que arrancar y hacer papelillo en una máquina destructora.
Yo, por mi parte, terminé aceptando que en Venezuela hay un sector considerable de la población que piensa como los López, Ledezmas y Machados. De hecho, me los consigo todos los días al salir de mi casa, me los cruzo en el camino a mi oficina y cada vez que asomo la cara a la calle. En su mirada y en su actitud siento esa violencia contenida y esa pesadez que me hacen entender que, si tuvieran la posibilidad, se me tirarían encima y me agarrarían a golpes. Y juro que he aprendido a vivir con eso, porque terminé entendiendo que no son cuatro gatos, son más, y que haga lo que haga, mientras yo haga vida en mi país y ellos también, me los voy a tener que calar. Porque ni yo me voy a ir para complacerlos, ni todos ellos se van a ir para Miami. Y en democracia, por lo menos tal y como yo la entiendo, ellos tienen derecho a pensar lo que les de la gana, incluyendo ese montón de barbaridades que piensan sobre mi, y los millones como yo.
Con un matiz, sin embargo. Y es que a lo que no tienen derecho es a pasar al acto, hacer el montón de barbaridades que piensan, y no asumir las consecuencias. Eso, no lo han terminado de cogitar porque no entienden ni creen en la esencia de la democracia. Porque tienen todo el derecho de pensar que la mejor forma de cumplir con sus objetivos políticos es agarrar a toda la izquierda y barrerla con un buen golpe militar, pero si intentan hacerlo de verdad, y fallan, se las tendrán que ver con la ley y la justicia. Por más que a Joe Biden, a Bill Clinton y a todos ellos les parezca una cosa terriblemente injusta. Así es la democracia.
Por eso sigo soñando con el día en que los López, Ledezmas y Machados terminen de aceptar mi existencia y me reconozcan como adversario. Porque yo los quiero libres, para seguirlos derrotando políticamente, a ellos y a sus ideas. Pero mientras tanto, mientras nada en ellos cambie, tendrán derecho a seguir pensando lo que quieran, y hasta soñando, quien sabe, pero lo van a tener que hacer desde una celda de la cárcel de Ramo Verde.

Temir Porras Ponceleón

sábado, 7 de febrero de 2015

¿Será que Podemos?

Mi columna de opinión de los sábados en Notiminuto

¿Será que Podemos?

El sur de Europa empezó por fin a dar una respuesta política a más de 30 años de ofensiva neoliberal en el Viejo Continente. Habrá quien dirá que ya era tiempo, y que mucho habían tardado los europeos en reaccionar al constante y continuado retroceso de sus derechos y sus condiciones materiales de vida. De hecho, hizo falta la violencia extrema de los programas de austeridad impuestos por la derecha alemana, para que el pueblo griego le diera la victoria, hace apenas unos días, a la coalición de izquierda “Syriza” que encabeza el ahora Primer Ministro Alexis Tsipras.

Lo mismo se puede observar de España, donde la ruptura aún no se ha producido en los hechos pero más de uno la da por consumada. Rajoy despachará todavía desde la Moncloa, pero a la hora de evocar la conducción de los destinos de España, muy pocos piensan en él, y la inmensa mayoría empieza a soñar con Podemos, con Pablo Iglesias, y las masas desbordando la Puerta del Sol. Pero de nuevo, para llegar a este punto, las élites gobernantes tuvieron prácticamente que entrarle a mandarriazos al pacto social español y, simultáneamente, restregarle en la cara al pueblo empobrecido su dinero mal habido producto de la corrupción.

En este sentido, los procesos políticos griego y español son perfectamente análogos al proceso venezolano que desembocó en la Revolución Bolivariana, donde tuvo que ocurrir un caracazo, un 4 de febrero y mucha, mucha descomposición política para que se abriera la posibilidad de la transformación que viabilizó Hugo Chávez. Con la notable diferencia de que el proceso venezolano fue el primero de todos y tuvo que abrirse el camino solo, con todo en contra, y sin un referente de ruptura democrática que fuera exitosa política, social y económicamente. Y como ya sabemos, fue en buena parte el éxito de la Revolución Bolivariana, su demostración concreta de que sí se podía, lo que actuó como catalizador de los demás procesos progresistas en América latina, en Brasil, Argentina, Uruguay, Ecuador, Bolivia, Nicaragua, El Salvador, el Caribe, y pare usted de contar.

Sin pecar por inmodestos, y acuñando el respectivo mutatis mutandis, Grecia y España, Syriza y Podemos, son a su manera “hijos de Chávez”. Pero no en la forma difamatoria y cuasi delincuencial como lo cacarea, en su pánico de enfermo terminal, la derecha de estos países, o “la casta”, por tomar el vocabulario de Podemos. Como si fuera más determinante que Juan Carlos Monedero haya oficiado un tiempo como asesor del gobierno venezolano (¡¿y es que acaso es un delito?!) que Angela Merkel se haya gastado cientos de miles de millones de euros del bolsillo de los contribuyentes alemanes para salvar a los banqueros griegos y a la derecha de ese país, con los mediocres resultados que conocemos. ¡Para regaladera, esa! Y aunque esa cantidad colosal de plata no haya servido de mucho, quedó claro que la “casta” no escatima en los recursos (de los demás por supuesto) a la hora de defender lo que considera suyo. Por eso invierte lo que invierte, en dinero y en energía, en desprestigiar y echar por tierra al modelo venezolano. ¿Qué hay una cola en un supermercado esta semana? La culpa es del modelo chavista, desde el MBR-200 hasta nuestros días. Su objetivo es aprovechar cualquier debilidad coyuntural para echar al trasto de la historia el paquete completo, con Samán de Güere incluido, y así invalidar el modelo, el ejemplo palpable de que el pueblo puede hacerse con el poder, y ser exitoso en el ejercicio del gobierno que la derecha se ha reservado para sí a lo largo de la historia.

Desde luego, nos corresponde a nosotros no facilitarles la tarea siendo absolutamente brillantes en donde esperan que seamos débiles. La mejor demostración de que nuestras dificultades económicas no tienen nada que ver con un supuesto modelo fracasado, es que procesos políticos análogos, en Bolivia, Ecuador y Uruguay, han logrado consolidar en el tiempo desempeños económicos excepcionales sin renunciar a sus ambiciones transformadoras. Es un simple asunto de racionalidad en la gestión. Al enterarse de que en el gobierno de Syriza en Grecia fueron designados cuatro ministros distintos en cuatro carteras de la economía, y que todos son reconocidos y solventes economistas de izquierda, un buen amigo me comentó, medio en broma medio en serio, que le provocaba irse para Atenas a pedirles que nos prestaran aunque fuera uno… Y es que la victoria de Syriza en Europa, muy cerca del corazón del capitalismo global, obligará a la izquierda a alcanzar niveles de excelencia superiores en materia de gestión de gobierno, y muy especialmente en lo económico. Hay que tener mucha solidez y solvencia técnica para implementar un programa de transformación exitoso, teniendo encima a la Comisión Europea, al Banco Central Europeo y al Fondo Monetario Internacional. Pero para todos nosotros, chavistas de América o de Europa, es una inmensa oportunidad para seguir validando la idea de que los gobiernos transformadores somos no solamente más solidarios, sino mucho mejores administradores que la derecha. Y eso nos obliga a trabajar articuladamente, aprendiendo los unos de los otros y, sobre todo, corrigiéndonos los unos a los otros. ¿Será que Podemos?


@temirporras