Mi columna de opinión semanal en Notiminuto
La economía es el mayor desafío al que tiene que hacer frente la
Revolución Bolivariana, y por supuesto el gobierno del Presidente Nicolás
Maduro.
Las razones para esto son obvias para quienes vivimos en
Venezuela, pues en los últimos dos años hemos podido constatar en carne propia
los efectos, en forma de inflación y escasez, de la turbulencia económica que
sacude a nuestro país.
La buena noticia es que hoy por hoy toda la sociedad venezolana
está consciente de las dificultades a las cuales nos enfrentamos y, factor tal
vez más importante, también lo está todo el chavismo.
La segunda buena noticia es que también hay claridad acerca de los
males que estructuralmente afectan a la economía venezolana. A la ya conocida
vulnerabilidad a la cual expone la dependencia de la renta desde un punto de
vista macroeconómico, los 15 años de Revolución han añadido la evidencia de que
la viabilidad a largo plazo de un “Estado social de Derecho y de Justicia”,
necesita resolver la difícil ecuación del incremento de la riqueza. El
Comandante Chávez claramente identificó en los años 90 del siglo pasado que
existía una gigantesca “deuda social” acumulada tras casi un siglo de rentismo
petrolero, y se dedicó inmediata y efectivamente a saldarla, tomando control
político de la renta e iniciando un ambicioso y generoso proyecto de
democratización de su uso. Tal vez uno de los grandes legados de Hugo Chávez
para la historia larga de Venezuela, esa que se leerá cuando todos quienes le
hayamos conocido ya no estemos de cuerpo presente, haya sido el de echar las
bases materiales de la democracia en la cual vivimos, y haber abonado a la
historia universal ese ejemplo contundente de que un proyecto auténticamente
republicano reposa necesariamente sobre sólidas fundaciones sociales. En el año
2015, está claro que nuestro problema cambió de naturaleza, pues la renta nos
permitió saldar la deuda e incluso ir un poco más allá, pero para seguir
transitando por la senda que Chávez trazó, ahora tenemos que crear las riquezas
que queramos eventualmente socializar, pues la renta ya no es suficiente.
Y la tercera buena noticia es que esta toma de consciencia se ha
hecho sin que hayamos experimentado, ni los venezolanos ni el chavismo, un
proceso de normalización o “aggiornamento” ideológico. Como lo he dicho en
ocasiones anteriores, el pueblo venezolano no pide un cambio de modelo, sino
exige, como es de esperarse, que el modelo que escogió funcione correctamente y
se perfeccione, se adapte, evolucione con sus circunstancias. Por su lado el
chavismo, el gobierno y el Presidente Maduro en primera instancia, han
demostrado tanto en palabra como en acción su absoluta lealtad y compenetración
con el proyecto originario de Chavez. Está más que claro, al frente del
gobierno tenemos a un Presidente chavista y socialista.
¿Entonces dónde está el problema? Hoy más que nunca pienso que
nuestro problema es mucho más sencillo de lo que nos imaginamos. Precisamente
porque no tiene que ver con cuestiones trascendentales como son la ideología,
el gran proyecto político de largo plazo, la formulación de la visión de la
sociedad a futuro. O no totalmente por lo menos. En el Plan de la Patria, por
tomar el programa político del chavismo, están plasmados un conjunto de
objetivos materiales concretos a los que la sociedad venezolana adhiere en su
mayoría, como lo demostró aprobando ese programa dos veces en los años 2012 y
2013. Nuestro problema en realidad es cómo alcanzar esos objetivos. Con qué
herramientas concretas de política económica. Nuestro problema no es de
definición ideológica. ¡Nuestro problema es de gestión!
Para ponerlo en términos concretos, una política cambiaria con
tres tipos de cambio no es más (ni menos) socialista que una política de un
solo tipo de cambio. En ninguna parte está escrito que la frontera ideológica
entre socialismo y capitalismo se sitúa entre quienes defienden un tipo de
cambio fijo y subsidiado, y quienes abogan por un tipo de cambio móvil a un
precio de equilibrio. Todo eso no son más que herramientas de política, y la
única pregunta pertinente es si unas u otras nos permiten alcanzar los
objetivos políticos que nos hemos trazado. Si son herramientas que nos permiten
resolver problemas, o si por el contrario nos generan más problemas de los que
nos resuelven. Para ponerlo otra vez en términos muy concretos, la pregunta
sería si mantener un dólar al tipo de cambio fijo de 6,30 BsF es la única vía
para tener alimentos y productos de primera necesidad a precios solidarios en
Mercal. Yo, claramente, pienso que no lo es. Porque además, la existencia
simultánea de otros tipos de cambio separados por un gran diferencial de precio,
ofrece un terreno fértil para la especulación financiera a la que se dedican
quienes le hacen la Guerra Económica al Presidente Nicolás Maduro, a la
Revolución y a todo el pueblo venezolano.
Igual debate se plantea sobre nuestra deuda externa. Al contrario
de lo que pretende la derecha, la deuda financiera venezolana, de apenas 80.000
millones de dólares en valor nominal, representa menos de un tercio de nuestro
Producto Interno Bruto, es decir menos de 30% de las riquezas que produce
Venezuela en un año. Pero como producto de los prejuicios políticos de las
agencias calificadoras internacionales con la Venezuela bolivariana (otro
ingrediente de la Guerra Económica), los intereses que pagamos por esa deuda
son exorbitantes, y van directamente a los bolsillos de los grandes fondos de
cobertura (Hedge Funds) que poseen buena parte de nuestra deuda. En
consecuencia, tener una política de diálogo con los mercados financieros para
disminuir el costo de la deuda venezolana no es vender su alma al capitalismo,
sino ahorrarle hasta 5.000 millones de dólares anuales en intereses a la Patria,
para que los invierta en bienestar para el pueblo. De hecho, un efecto
“positivo” de nuestra mala calificación crediticia es que nuestra deuda se
cotiza a un precio muy bajo, es decir que su valor total de mercado no supera
los 30.000 millones de dólares. Desde hace 2 años hace mucho sentido que el
mismo Estado recompre su deuda con un gran descuento, y deje de ser castigado
con el pago de intereses. Eso se llama una política de “Gestión de Pasivos”,
que no es ni capitalista, ni socialista, sino que es la política más
inteligente que se puede tener. ¿Qué fue lo primero que hizo Yanis Varoufakis,
el ministro de finanzas marxista del nuevo gobierno griego? Se fue corriendo a
sentarse con sus acreedores y con la antigua Troika. No para vender su alma,
sino para defender su política.
Estas y muchas otras cuestiones económicas han
estado en debate a lo largo de los últimos meses, y para cada tema importante
han surgido desde el chavismo un conjunto de propuestas razonadas y
fundamentadas. Pero siempre pareciera que lo que nos impide avanzar es no tener
la seguridad de si el chavismo y la mayoría de la sociedad está dispuesta a
apoyar que nuestro gobierno tome un conjunto de iniciativas ambiciosas para
recuperar la solidez y el dinamismo de la economía venezolana. La única forma
de saberlo es lanzar el debate hacia la sociedad, y explicar de manera muy
transparente qué objetivos se quieren alcanzar con qué políticas. Estoy seguro
de que el pueblo venezolano tiene, como en muchas otras áreas, la inteligencia
económica de sobra para participar en ese debate, y al final del camino apoyar a
su Presidente en lo que tenga que emprender para asegurar que en Venezuela haya
chavismo para rato.