Mi artículo de opinión publicado en Notiminuto
Hay dos tipos de venezolanos. Los
patriotas, y los demás. Afortunadamente los primeros somos los más, quienes por
encima de cualquier convicción política, cualquier creencia religiosa,
cualquier vínculo familiar o cultural, somos ante todo hijos de la patria de El
Libertador Simón Bolívar.
Y por supuesto que un patriota debe estar
dispuesto a dar hasta la vida por la patria, pero lo valioso en esto, más que
el hipotético acto de sacrificio, es la disposición. Porque el patriotismo en
política consiste en preservar o hacer avanzar los intereses superiores de la
patria, evitando por sobre todas las cosas que llegue a encontrarse en la
situación de amenaza extrema que requiera el sacrificio de sus hijos para
salvarla.
La guerra, más que la continuación de la
política por otros medios como se le conoce en la definición clásica de
Clausevitz, es en realidad la derrota de la política. Más aún cuando la
política tiene como fin el que se le ha dado en la Revolución Bolivariana, es
decir la transformación democrática de la sociedad hacia un ideal de justicia e
igualdad. Porque la guerra requiere la movilización general de todas las
energías de la patria e impone un fin único a toda la sociedad, que es lograr
la victoria final. Así que cuando se pelea la guerra la riqueza no se
distribuye, sino que se moviliza hacia el esfuerzo de guerra, y por eso se
habla de “economía de guerra”. Más aún, la guerra es un formidable destructor
de riquezas. El economista francés Thomas Piketty demostró recientemente en su
extraordinaria obra “El Capital en el siglo XXI”, que las dos guerras mundiales
del siglo pasado tuvieron como consecuencia las dos destrucciones de capital
más gigantescas de la historia de la humanidad, producto de la destrucción
material causada por estas dos guerras a escala industrial, que por primera vez
llevaron el campo de batalla a los centros poblados donde se concentra, por
ejemplo, el patrimonio inmobiliario e industrial de la sociedad. Por más que el
tan famoso complejo industrial y militar de los Estados Unidos haya asentado su
poderío económico en ese momento, el saldo de las dos guerras a nivel global en
términos de riqueza, fue abrumadoramente negativo. Colocando un ejemplo más
cercano a nosotros en el cual no quisiera ni pensar, un bombardeo sobre Caracas
tendría como consecuencia, además de un saldo humano pavoroso, la destrucción
de la riqueza petrolera que la Revolución ha transformado, entre otros, en
hogares gracias a la Gran Misión Vivienda Venezuela. Y para quienes lograsen
sobrevivir a tal cataclismo, representaría la pérdida del único capital del
cual disponen, el que les entregó la Revolución en forma de vivienda propia. La
guerra sería, efectivamente, el único medio que tendría el imperialismo para
frenar abruptamente el avance de la Revolución Bolivariana y desviar todos sus
esfuerzos al propósito de sobrevivir.
Debemos tener absolutamente claro que la
Revolución, para hacer Revolución, necesita paz. Incluyendo a nuestros
adversarios de la oposición en este postulado, diríamos que la democracia
venezolana, para ser democracia, necesita paz. Y para preservar la paz hacen
falta patriotas ¿Pero será que la oposición venezolana tiene claro este punto?
Al escuchar sus declaraciones de esta semana la respuesta no es muy alentadora…
La “Orden Ejecutiva” firmada por Barack
Obama esta semana, declarando una “emergencia nacional” ante la “inusual y
extraordinaria amenaza” que representa Venezuela para la seguridad nacional de
los Estados Unidos constituye un peligro que hay que tomar muy en serio. No
porque signifique que nos van a declarar la guerra pasado mañana, sino porque
constituye un acto concreto más, de inusitada agresividad, en lo que claramente
es una escalada voluntaria de la administración de Barack Obama contra
Venezuela. Aunque sea un poco temprano para afirmarlo categóricamente,
pareciera que nos estamos convirtiendo en la moneda de intercambio, en el hueso
que ha decidido lanzarle Obama a los perros rabiosos de la derecha
estadounidense, para compensar el costo de su política de apertura hacia Cuba.
El problema con esta “estrategia”, que es la típica estrategia del débil, es
que al final de cuentas uno de los escenarios posibles es el peor de todos. Que
la derecha rabiosa (por algo es rabiosa) no muerda el hueso y siga ladrando
como de costumbre. Que la política cubana de Barack Obama finalmente no lleve a
nada demasiado concreto, y en todo caso, no logre desmontar el arsenal jurídico
anticubano, es decir el bloqueo contra Cuba. Y que sin haber avanzado hacia
ninguna parte, Obama nos deje como legado un arsenal legislativo antivenezolano
del cual heredará su sucesor, que en cualquier hipótesis, sea demócrata o
republicano, se situará a su derecha en el escenario político estadounidense.
Una belleza…
El Presidente Maduro ha hecho lo correcto,
que consiste en tomar las disposiciones que están a su alcance para asegurar la
defensa de la nación, activar de inmediato la poderosa diplomacia venezolana
para suscitar la solidaridad latinoamericana ante la amenaza de Obama y, sobre
todo, por sobre todas las cosas, no escalar. ¿Pero qué ha hecho la oposición?
¿Más allá de una que otra voz tímida y dispersa? La absurda reacción de Henrique
Capriles lo resume todo. En primer lugar, dejar de lado lo fundamental para
enfocarse en lo superfluo. Con el perdón de los siete compañeros que aparecen
en el decreto de Obama, lo menos importante del decreto es la sanción a
funcionarios militares y policiales venezolanos. Al resumir todo esto en un
problema de “Nicolás y sus enchufados” Henrique Capriles esparció en la plaza
pública su absoluta ignorancia de la geopolítica, y en consecuencia su total
impreparación para los asuntos de Estado. Al escucharlo, bendije mil veces las
dos derrotas electorales que le propinamos en 2012 y 2013. Y luego, la
oposición “democrática” pasa por alto que, con su decreto, Obama apunta el dedo
índice del Tío Sam hacia la extrema derecha venezolana, la que pide “la
salida”, así sea a costa de la soberanía nacional y de la patria. El “I want
you” es con los López, Ledezma y Machado. A los demás, como diría Chávez, ni
siquiera los ignoraron.
Así que muy a su pesar, a la oposición que
pretenda desmarcarse de los locos de Ramo Verde no le queda otra opción racional
que hacer frente con el presidente Nicolás Maduro y con las fuerzas de la
Revolución en defensa de la soberanía nacional, porque es la Patria la que
llama, no la política. En concreto, en Venezuela ha llegado la hora de los
patriotas. Y a la oposición le llegó la hora de dejar claro si son, o si no son.
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