Corazón Salto

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lunes, 9 de marzo de 2015

Todavía no somos Chávez

Mi columna semanal de opinión publicada en Notiminuto


Decir que Hugo Chávez nos hace falta es un gigantesco eufemismo. A todos, nos hace falta. A quienes lo admiramos y lo seguimos, pero también a quienes adversaron su obra ayer, y siguen adversando sus ideas hoy. Obra y pensamiento, teoría y práctica, el vacío dejado por Hugo Chávez en el escenario político venezolano, por no mirar más allá de nuestras fronteras es, una vez más, abismal.

Ojeando uno de los libros de quien se ha convertido en uno de mis autores económicos favoritos, el economista chino Justin Yifu Lin, me topé con una famosa cita irónica, y hasta sarcástica, de Albert Einstein, que me parece resumir bastante bien esta suerte de crisis existencial que nos afecta. El eminente físico habría dicho que “la teoría es cuando se sabe todo y nada funciona. La práctica es cuando todo funciona y nadie sabe por qué. En este caso hemos combinado la teoría y la práctica: nada funciona… y nadie sabe por qué”.
A diferencia del chiste de Einstein, Chávez abonó constantemente la teoría, haciendo un esfuerzo permanente para formalizar de manera estructurada e inteligible, es decir teorizar, sus objetivos políticos. La Revolución Bolivariana y el Socialismo del Siglo XXI son la respuesta a ese “por qué” millones y millones de nosotros decidimos seguir sus pasos. Pero también se impuso la obligación de hacer permanentemente la demostración concreta, en la práctica, de la superioridad de su propuesta política sobre todas las demás. Con Chávez presenciamos el ciclo de expansión económica más grande de nuestra historia, la reducción de pobreza más espectacular (las dos cosas, de hecho, guardan correlación directa), el mayor avance en materia de derechos políticos y sociales, la mayor relevancia geopolítica para nuestra patria. Esos son hechos concretos, medibles, irrefutables, no opiniones subjetivas.

En palabras esta vez de Ignacio Ramonet, el intelectual de talla mundial que mejor entiende la esencia profunda del chavismo, rindiéndole homenaje hace un par de días en París al conmemorar dos años de su desaparición física, Chávez era a la vez Charles de Gaulle y el Frente Popular de 1936. Es decir la encarnación de la idea, la grandeza de la Nación, de la República, de la dignidad nacional, y la transformación material y concreta de la vida cotidiana de millones y millones de excluidos que accedieron de su mano a la dignidad de ciudadanos. Chávez encarnó, en la política, la situación inversa a la descrita por Einstein en las ciencias físicas: todo funciona, y todo el mundo sabe por qué. El éxito en la práctica le otorga legitimidad y fuerza a la referencia teórica, y la referencia teórica a su vez le da coherencia a la acción práctica, incrementando sus posibilidades de éxito concreto.
Y no hay duda de que ambas cosas nos hacen falta hoy. A todos, como país quiero decir, porque no me refiero exclusivamente a nosotros los millones de chavistas, ni tampoco al puñado de compañeros que están en funciones de gobierno. Todos estamos claros en que la cosa no está caminando como debería, pero tampoco está demasiado claro por qué la cosa no está caminando…

La visión estratégica de lo que queremos hacer con nuestro país en un horizonte temporal de 10, 15, 20 años, y las señales concretas de que estamos avanzando hacia allá son una necesidad absoluta si no queremos quedarnos encerrados en una suerte de crisis existencial que nos paraliza, mientras el mundo a nuestro alrededor sigue en movimiento, a veces a velocidad insospechadamente rápida. Como lo he sugerido en semanas anteriores, superar de una vez por todas a la derecha extrema que juega al caos y a la inestabilidad es una necesidad para el país entero, no sólo para el chavismo. Porque su agenda loca de destrucción a corto plazo nos hace daño a todos, imponiéndonos un debate político primario que, francamente, es indigno de un pueblo que se ha colocado desde 1999 a la vanguardia del debate mundial acerca de la teorización y la práctica de la democracia política. Hay que decirlo y repetirlo, en el año 2015 Venezuela no merece ni guarimbas ni atentados golpistas, y quienes piensan al país así tienen (por lo menos) 15 años de retraso mental. Nos tenemos que deshacer, todos juntos, de Fedecamaras, Conindustria, Consecomercio y sus diferentes variantes y metástasis en la sociedad venezolana, porque nos quieren mantener secuestrados en la Venezuela que diseñaron en los años 70 del siglo pasado, donde los venezolanos somos unos bobos que nos consumimos los espejitos que ellos importan, mientras ellos nos saquean la renta y con ella se atragantan en Miami hasta que se mueren de un infarto en la cubierta de un yate.

Chávez, ese gran dialéctico que describe Ramonet, trazó esa línea estratégica de avance que durante 15 años nos hizo pensar en una Venezuela muy superior al proyecto de mediocres que se nos planteó en el último cuarto del siglo XX, y a ambos lados de esa línea, a su izquierda y a su derecha, entre chavismo y oposición, generó el grado exacto de tensión positiva, creadora, que nos permitió avanzar concretamente, en la práctica, por una senda de prosperidad y democracia inédita en nuestra historia. ¡Grande Chávez! ¿No?

Hoy, que Chávez ya no está, el principal desafío estratégico que enfrenta el país es volver a encontrar esa línea de tensión. Pero vamos a tener que encontrarla colectivamente, precisamente porque se nos fue el gran creador que nos hizo ese “pequeño” favor en la última década y media.

A quienes piensan la política (¿Hay alguien ahí?) y a quienes la hacen día a día, incluso en la oposición, no les vendría mal detenerse un segundo cada día a pensar, gritando para sus adentros, ¡Todavía no somos Chávez!

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