En Venezuela, la realidad es cruel con los profetas del desastre.
Desde el primer día en que el Presidente Chávez tomo posesión hace 16 años,
hubo quien se especializó en preconizar que una catástrofe nos aguardaba a la
vuelta de la esquina. Que si ahora sí que se acabó la democracia. Que si esta
vez sí que sí, Venezuela va a hacer default sobre su deuda. Que si el nuevo
caracazo no tarda más de 48 horas en suceder. Que si nos van a quitar a nuestros
hijos, y tendremos que compartir nuestro apartamento con una familia de
damnificados… La proyección cataclísmica del futuro es inherente a la visión
conservadora de cualquier iniciativa audaz, transformadora o rebelde, y forma
por supuesto parte de su batería de propaganda de guerra para atemorizar y
desmoralizar a la gente. De hecho, hasta el infamemente célebre “Decreto de
Obama” forma parte de esta suerte de visión histérica de la derecha sobre
Venezuela, al afirmar que la seguridad nacional de Estados Unidos está
amenazada por nuestro país, exageración absurda que no se toma en serio ni la desquiciada
de Ileana Ros-Lehtinen.
Y si la profecía del desastre prolifera en tiempos de bonanza,
crecimiento y bienestar, podrá uno imaginarse lo que sucede cuando la coyuntura
es más compleja y que las dificultades afloran. Desde hace dos años, he perdido
la cuenta de las predicciones alocadamente catastróficas que interlocutores
categóricos me han dado por inminentes, con esa seguridad y aplomo que otorga,
aunque suene duro decirlo, la ignorancia. Y cada vez, lo confieso, he caído en
la trampa de cuestionarme a mi mismo. Cuando alguien se me acerca y me dice: “supongo
que tú estás claro de que mañana va a pasar tal cosa terrible”, siempre siento
esa mezcla de pena con envidia que provoca el sentirse excluido del primer
anillo de la información, con el aliciente de que, una y otra vez, la tal cosa
terrible nunca termina pasando, pues no se trata de otra cosa que de un rumor
infundado más, una afirmación sin pies ni cabeza y desprovista de basamento
analítico y racional. Al final, me consuelo diciéndome que siempre me entero de
último de esos rumores apocalípticos, porque a la mayoría de mis conocidos les
da vergüenza desperdiciar mi tiempo comentándomelos, pero siempre hay una
excepción a la regla…
Y aunque sea muy temerario aquello de ponerse a predecir sobre la
realidad de una sociedad, yo le seguiré apostando a una lectura racional y
apaciguada de la Venezuela de hoy. Asumiendo como postulado de base que los
venezolanos no somos una partida de maniáticos caprichosos y compulsivos, sino
gente razonable que tiene principios y valores que rigen su forma de actuar. De
hecho, si hay una ley infalible en ciencias sociales, es aquella de que no hay
mejor manera de predecir el futuro que estudiando el pasado. Simplemente porque
los eventos tienen una lógica, una secuencia, una coherencia que no suele ser
alterada a menos que intervenga un shock externo brutal. La mejor respuesta a
la pregunta “¿tu crees que de verdad va a haber elecciones legislativas este
año en Venezuela?”, siempre será: “en Venezuela no se ha suspendido una
elección en décadas, y además el PSUV y la MUD anunciaron que van a escoger a
sus candidatos en primarias que ya tienen fecha”. “¿Y piensas que el chavismo
tiene chance de ganar?” – “pues, aunque esta vez la situación económica coloca
al gobierno en una posición complicada, no olvides que el chavismo ha ganado 18
de las 19 elecciones anteriores, así que nada está jugado de antemano”. “¿Y qué
pasará si el chavismo llegara a perder? – “pues lo mismo que pasó la única vez
que perdió. Reconocer los resultados y reformular su estrategia política”. Y
así sucesivamente. Y si a alguien le suena eso demasiado racional, es porque se
ha dejado contaminar por los profetas del desastre, aquellos que se empeñan en
que tengamos una visión de nuestro futuro totalmente divorciada de nuestro
pasado, de lo que somos en realidad y no lo que cuatro locos quieren que seamos.
Siguiendo ese razonamiento, podríamos decir que el pasado del
chavismo en Venezuela está plagado de victorias políticas y de conquistas
sociales. El pasado reciente de nuestro país indica que la gran mayoría de
nuestros compatriotas está compenetrada y conforme con la visión solidaria que
el chavismo propone de la sociedad, pero también demuestra que existe una
exigencia creciente de que el chavismo asegure, de manera eficiente y honesta, la
traducción en hechos concretos y palpables de su propuesta política. A diferencia de lo que los profetas
interesados del desastre se la pasan repitiendo a diestra y siniestra, la
sociedad venezolana no pide ni ha pedido nunca un “cambio de modelo”, lo que sí
exige es que el modelo que hemos escogido y ratificado en cada elección desde
1999 cambie lo que tenga que cambiar en su organización interna, en su proceso
de toma de decisiones, en su modo de gestión, para seguirle entregando al país
la cosecha de logros y éxitos que ha tenido en Revolución. El chavismo es el
único modelo político, económico y social exitoso que ha generado la sociedad
venezolana contemporánea. ¡No hay ninguna razón para cambiarlo! O sí, sólo
habría una, y es que nos reveláramos incapaces de adaptar nuestro modelo a sus
circunstancias, y en vez de inventar soluciones, quisiéramos resolver problemas
nuevos consultando en un manual. Por aquello de “o inventamos, o erramos”.
El chavismo tiene con qué prolongar el camino de victorias y
conquistas que ha recorrido en el pasado. Y por supuesto que tenemos con qué
ganar las elecciones legislativas de este año. En nuestras manos está no darle
el gusto a los profetas del desastre, y seguir demostrando que son un desastre
de profetas.
Temir Porras Ponceleón
@temirporras
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