Hay una vieja tradición de desprecio por la política en la literatura, el cine o el teatro de orientación cómica o tragicómica. Y en efecto a menudo hay cosas, episodios y personajes de la política que, casi siempre sin quererlo, nos hacen reír a carcajadas.
También es cierto que la mejor forma de sobrellevar la seriedad de ciertas situaciones, la tensión que genera la gravedad de algunas circunstancias, es reírse de ellas. De manera que no me sorprendo cuando la política me hace reír, o cuando me río de la política.
Lo verdaderamente extraño es cuando la política se torna surrealista y, por ejemplo, un vicepresidente de Estados Unidos recibe el Nobel de la Paz, o el Fondo Monetario le indica al gobierno de Grecia cómo salir de la crisis. Es como si, de repente, dejáramos la sátira y entrásemos en el teatro del absurdo, abandonásemos a Jonathan Swift para inmergirnos en Eugène Ionesco, o pasásemos de Charles Chaplin a Samuel Beckett. Confieso que esto no deja de sorprenderme, ya que por muy ridículas o divertidas que puedan ser las circunstancias políticas, me he acostumbrado a entenderlas y a encontrar racionalidad en ellas.
Pero lo que hemos presenciado esta semana termina de sentar, sin lugar a dudas, un precedente absoluto en materia de absurdo. Y digo termina de sentar, porque tengo la convicción que hace ya un tiempito que a la oligarquía colombiana, a la clase dominante de Colombia, se le voló el tornillo que une al cerebro con la médula espinal, con lo cual se ha sumido en un delirio permanente y sin retorno.
Esta locura merecería ser documentada, en vista de que no hay loco más peligroso que el que pretende no estarlo, y nosotros al loco en cuestión lo tenemos a la vuelta de la esquina.
El primer y más patente ejemplo de todo esto es la famosa campaña publicitaria lanzada por el gobierno de Colombia en las cadenas internacionales de noticias, en la cual una holandesa y un italiano aventureros nos dicen que encontraron en Colombia un oasis de paz y armonía, donde el único peligro al que se expone quien desee imitarlos es “que se quiera quedar”. La verdad es que la primera vez que vi una cuña de esta serie, no pude retener una carcajada nerviosa de esas que provoca la pena ajena, nada más de pensar que alguien hubiera osado decir una mentira tan descomunal.
Mi segundo encuentro cercano con el desequilibrio químico de la intelligentsia colombiana lo tuve hace pocos días, cuando leí un artículo que pretendía hacerme creer que Colombia era la primera potencia económica de Suramérica después de Brasil (por lo menos…), y que se perfilaba (en serio) como el líder energético en ascenso de la región. Todo ello coincidía con la asistencia anunciada de Uribe a la Cumbre del G8 en Toronto y la organización del capítulo latino del Foro Económico Mundial en Cartagena (ciudad con calles de tierra en sus enormes barrios populares), generando una suerte de discurso primer mundista alrededor de la Colombia uribista.
En realidad, poco importa que todos los indicadores, en particular el del IDH, coloquen a Colombia en materia de bienestar general por debajo de la media latinoamericana y caribeña. Tampoco importa que el principal aeropuerto internacional de esta potencia en devenir parezca un terminal de autobuses de los años 70, ni que sus reservas de petróleo sean exiguas, o que haga falta más de 10 horas para recorrer por tierra 400 km en razón de una red de carreteras decimonónica. Nada de eso importa en el reino insondable de la loquera.
Pero como una vez que se salta la talanquera que separa al mundo de Descartes de la esquizofrenia, el tamaño del delirio es lo de menos, ahora resulta que Colombia es un país pacífico e inocente que vive asediado por vecinos que lo “maltratan”, como gustan decir tan cachacamente los gobernantes colombianos. Así, el principal problema de Colombia no es su miseria, su droga, sus guerrillas, sus paramilitares, su ejército asesino, su gobierno fascista, sus bases militares gringas, su clase política de otro siglo, su desinversión social, su sumisión a las transnacionales, sus “falsos positivos”, sus congresistas esclavos de los narcos, su izquierda cobarde. No. Su principal problema es Venezuela.
Porque para estas mentes enfermas, en Colombia no hay una guerra civil vieja de 62 años, sino grupos “narcoterroristas” que atentan desde “países vecinos” contra el “modo de vida” de los colombianos, que ellos juran extraordinario, a pesar de que millones de sus compatriotas hayan huido hacia Venezuela, por no hablar de los que han emigrado hacia otras latitudes. Estos desquiciados juran y gritan a cuatro vientos que en Colombia hay algo así como un problema de Primer Mundo, de España contra ETA, o de Occidente contra el “extremismo islámico”; que hay una democracia ejemplar, occidental, de gente decente, asediada por regímenes mulatos y autoritarios, que solo sueñan con subvertir este enclave de Europa en el trópico. El mundo civilizado debe venir al rescate de Colombia, a salvarla de la amenaza que pone en peligro su agenda de TLC’s con Singapur o Suecia. Nada diferente dijo hace poco el diseñador de esta locura de marketing, el canciller Jaime Bermúdez, señalando de exitosa la diplomacia de su gobierno, a pesar de que termine el período enfrentado con sus dos principales vecinos, habiendo perdido su principal mercado de exportación, el venezolano, y sin perspectiva clara de un TLC con Estados Unidos.
Este invento de la culpabilidad venezolana en la guerra interna de Colombia es pues, un escalón más en el indetenible descenso de la godarria cachaca hacia la locura absoluta, a donde la lleva la contradicción entre sus deseos grandiosos y su triste realidad.
No nos sorprenda que algún día salga Uribe, el Barón de Narquiño, o algunos de sus secuaces, a decir que gracias a la “seguridad democrática” han logrado reducir al mínimo las incursiones de las FARV desde Venezuela hacia Colombia. Están locos, les digo…
Evidentemente cuando los EEUU está enclavado en un país, siempre habrá una atmósfera de armonía y perfección en la población. Mientras la gente muere de hambre y está desempleada, vive engañada en que todo va de maravilla.
ResponderEliminarDurante 40 años los venezolanos vivimos morfinómanos en que teníamos un país perfecto. Todo lo propio era "Lo más moderno del mundo", "Lo más grande de América Latina".
Ahora, con el nuevo ideal de país de izquierda, el común denominador de la población opositora siente que nada sirve, todo está mal.
Es tan triste el caos emocional con el que viven estos ciudadanos sin criterio, que en los años 80's, para muchos; Colombia era horrible, sucia y peligrosa. Bogotá era un aldea gris y muy anticuada y nada tenía que ver con la Caracas pujante, moderna, única y sensacional.
Hoy en día, esos mismos ciudadanos regresan maravillados de Colombia, decepcionados de lo inestimable propio y orgullosos de lo campechano ajeno.
Increíble, pero la derecha no solo manipula sino que además hipnotiza y embrutece.